Frente a un adolescente que fume porros debemos ofrecer respuestas educativas, que tengan por finalidad responsabilizarlo hacia el tema de las drogas u otras cuestiones de su vida a la vez que acompañarlo en su proceso de desarrollo y maduración. La intervención adulta pasa, principalmente, por estar allí –para lo que pueda pasar–, promoviendo responsabilidad y autonomía.
Paralelamente, es obligación nuestra ofrecer las estrategias servicios y propios de reducción de riesgos y prevención para favorecer que se hagan consumos con pocos problemas y con cierta seguridad. Al mismo tiempo: favorecer la reflexión sobre en qué están ocupando el tiempo y sus perspectivas personales a corto y medio plazo. Y si todo esto se hace teniendo en cuenta la cuestión comunitaria (ayudar a que se implique en su barrio, pueblo, ciudad, etc.), mucho mejor.
Es necesaria una reflexión alrededor de cómo presentar la abstinencia, y lo más sensato pasa por venderla en positivo: una de las herramientas más seguras para evitarse problemas. Y no, en cambio, la única, y punto, pues negaremos una realidad presente y que seguirá existiendo. Los mensajes generalistas tipo “no fuméis” a chavales consumidores no sólo son ineficaces –y poco prácticos–, sino que pueden llegar a ser contraproducentes. Por lo que lo razonable es proponer discursos centrados en la responsabilidad. Y ésta no sólo pasa por ser abstinente, sino por hacer un buen uso de la prudencia, la previsión, la consecuencia y el sentido común: mejor poco que mucho, en momentos de tiempo libre y no en las ocupaciones, sin condicionar caracteres y recorridos y fruto de una decisión razonada.
Su consumo tiene poco que ver con el de muchos adultos. Prioricemos sus obligaciones formales –principalmente, académicas– y que gestionen su tiempo libre de manera que este consumo no afecte al día a día. Madurar empanado, haciendo un uso de los porros como si de una actividad extraescolar se tratara, al igual que quien se excede con otras cosas, no es, probablemente, la mejor manera de tirar pa’lante.
Transmitiremos que el tema de las drogas genera beneficios a quienes participan de la venta y problemas a un sector de la gente que las consume. Y fomentaremos la solidaridad con personas que han tenido problemas, huyendo de discursos individualistas del estilo “es tu vida”. Además, podemos aprovechar para educar y potenciar el sentido crítico como buena manera de hacer frente al consumo –de todo, no sólo de cannabis–, una de las piedras angulares en sus vidas.
Avisémosles de su ilegalidad. Y apelemos a la discreción como buena manera de funcionar. Y los mensajes e ideas contradictorias presentes en los medios de comunicación, balcones, armarios de interior, y las contradicciones vividas en la calle o asociaciones, a menudo de escaso valor constructivo, no nos ayudan mucho: mal gestionadas conllevan más posibilidad de llamar la atención que de disuadir a los potenciales consumidores, con mensajes poco coherentes. En resumen: del “piensa en ti y tú decides”, al “sé tú mismo, teniendo en cuenta lo que te rodea”; del “tengo prisa” al “espérate”; del “ya sé que me paso” a “plantéate algunos cambios y ten otras motivaciones”; del “lo llevo bien” al “llévalo mejor”; del “estoy estancado” al “cambia de contexto”; de “el problema son los porros” a “el problema va contigo”, del “voy por libre” a “ten pautas de uso”.
De los problemas podemos crear oportunidades. Y tratándose de chavales en plena construcción de su presente y futuro, utilicemos las propias incoherencias del sistema para elaborar propuestas que tengan, al menos, respuestas lógicas. Educar, en cualquier contexto problematizador, coincidamos o no en sus causas, tiene una dimensión ética que nunca debemos olvidar.
Por Cáñamo
Texto: Jordi Bernabeu Farrús