El argumento más extendido y más utilizado por aquellos que abogan por la prohibición de las drogas es que, su uso recreacional, puede resultar extremadamente dañino para los propios consumidores y que, por lo tanto, deberíamos prohibir tales sustancias para desalentar su consumo y así mitigar el daño indirecto que estas puedan causar.
Por ello, la mayoría de países han optado por declarar la “guerra legal” contra estas sustancias. Al contrario de lo que podamos imaginar, este argumento esconde, bajo la pretensión de “protegernos contra nosotros mismos”, una inmensa carga inmoral que no sólo pasa desapercibida, sino que convierte esta premisa en una fuente de injusticias que difícilmente podríamos cuantificar.
¿Por qué resulta injusta esta guerra contra las drogas?
Uno puede fácilmente imaginar los perjuicios y daños a terceros (y a sí mismo) que una persona puede realizar bajo los efectos de ciertas drogas: una persona afable y cariñosa podría convertirse en un ser arisco o agresivo, podría comenzar a dilapidar dinero para mantener su dosis, podría practicar sexo desenfrenado de manera insegura o podría descuidar tanto su salud o su trabajo hasta el punto de acabar en un estado del cual no podría salir por sus propios medios. Podríamos argüir que, en principio, tales actitudes son dañinas y que en consecuencia, habría que prohibir la causa indirecta de estos males; las drogas.
Sin embargo, si realmente estos comportamientos son impermisibles, queda otra cuestión que debemos hacernos, ¿castigaríamos a la gente por comportarse (sin que mediase droga alguna) de las maneras antes descritas?
Es decir, ¿podríamos castigar a alguien por ser antipático, por tirar su propio dinero por la ventana, por practicar sexo de manera insegura, por automutilarse o por llegar tarde al trabajo? En principio, parece que no. Si concluimos que sería ilegítimo castigar a la gente por infligir o infligirse cierto daño, ¿sería legítimo castigar a una persona por producir, distribuir o consumir drogas que indirectamente puedan conducir a la gente a realizar las acciones antes descritas?
La respuesta es que no, ya que, si los potenciales perjuicios ocasionados justifican la prohibición, para ser consecuentes, directamente deberíamos prohibir que se realicen todas estas acciones. Cada vez que se encarcele a alguien por un asunto relacionado con las drogas, con la excusa de evitar el daño que causará, se está privando de libertad injustamente a alguien por el daño que pueda provocar, hecho por el cual no castigaríamos a otro si lo infligiese tal daño aun sin estar bajo los efectos de droga alguna.
Cuestión distinta sería aquel consumo que provoque daños a terceras personas y que deberíamos castigar pero sólo porque también debería ser sancionado sin mediación de droga alguna, como por ejemplo, el consumo que pueda provocar accidentes de tráfico.
En conclusión, los potenciales perjuicios que un consumidor pueda causar no representan motivo alguno que justifique la guerra contra las drogas.
Por Jose María Escorihuela Sanz
Report: Revista Cañamo