La guerra al cannabis puede terminar. Los recientes acontecimientos en Estados Unidos y Uruguay demuestran que sólo hace falta un poco de coraje político para desmantelar un régimen que hace unos años todavía se consideraba intocable. No requiere una revolución, ni una rebelión masiva. Basta una campaña inteligente para convencer a la opinión pública, y la disponibilidad de las autoridades a aplicar nuevas recetas, cuando consta claramente que las viejas ya no sirven.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que los que defienden la prohibición del cannabis se resignarán pasivamente ante el inevitable fin de este nefasto experimento político-social que tuvo tantas horribles consecuencias a nivel mundial. Tal como estamos viendo en otros países que han tenido ya desde hace años una política relativamente tolerante al cannabis, como Holanda, también en España se están reagrupando los defensores de la política represiva. Con una ley que lleva el título eufemista de “seguridad ciudadana” intentan volver a criminalizar el autocultivo y dejar intacta la infame sanción administrativa con que se puede castigar la posesión de cualquier cantidad de cannabis, aunque sea para el uso personal.
Al mismo tiempo, debemos darnos cuenta de que en cada guerra hay estrategias y contra-estrategias. Bien puede ser que ya exista desde hace tiempo un plan para implementar un modelo regulatorio en que el control sobre el cannabis pasa a un monopolio estatal o privado (que no es lo mismo pero es igual). No podemos dormir tranquilos hasta que se haya asegurado el derecho al autocultivo de las plantas que uno quiere para su consumo personal. Si este derecho está garantizado, no tenemos por qué tener miedo al control estatal o privado.
Sea como sea, se necesitan cambios legales urgentemente. Puede ser que haya diferencias de opinión sobre el diseño del futuro modelo y es inevitable que haya conflictos entre los activistas que desde abajo deban construir este modelo cada día, así que mucha gente podrá beneficiarse de ello. Pero lo que podemos aprender de todos los movimientos sociales que nos han precedido es que hay que elegir bien sus adversarios. La unión hace más fuerte, la división debilita. Si siempre buscamos resolver los conflictos mediante la transparencia, éstos terminarán de hacernos más fuertes, porque podremos distinguir a los que desean servir al movimiento de los que desean servirse de él.
Es el tiempo de cerrar rangos entre los activistas cannábicos en España a fin de garantizar que el autocultivo (y el cultivo compartido a través de las asociaciones) siga siendo la piedra angular de cualquier ley sobre el cannabis. En realidad, debería ser la preocupación de todos los que queremos una sociedad en que las autoridades protejan los derechos de los ciudadanos y eliminen las oportunidades de que puedan nacer y florecer organizaciones criminales.
Joep Oomen, coordinador y cofundador de ENCOD