A mediados de 2011, Charlotte Pigi tenía cinco años. Enferma de Síndrome de Dravet, sufría más de 300 crisis epilépticas a la semana pese a recibir varios medicamentos anticonvulsivantes, además de una seria discapacidad. Pocos meses después, Charlotte presentaba apenas tres crisis a la semana y pudo empezar a relacionarse y hacer cosas tan normales como nadar. Este milagro ocurrió a raíz de que sus padres empezaran a administrarle un aceite extraído de una variedad de la planta Cannabis sativa que contenía casi exclusivamente cannabidiol (CBD), un componente no psicoactivo. Esa variedad de planta se empezó a conocer como la planta de Charlotte.
¿Por qué puede ser tan eficaz el CBD? Cada neurona del cerebro es una pequeña central eléctrica. Cuando esa tensión eléctrica se desajusta, podríamos decir que surgen chispazos, las crisis convulsivas. En enfermedades como el síndrome de Dravet o el de West, problemas genéticos en esa maquinaria eléctrica o secuelas de graves daños en el cerebro (en los primeros momentos de la vida) hacen que esos desajustes sean permanentes. Descargas tan intensas, recorriendo el cerebro una y otra vez cada poco tiempo, lo dejan exhausto por sobreactividad y dificultan así su normal desarrollo. Se activan además otros mecanismos lesivos como la inflamación o el estrés oxidativo, que agravan el daño y en un círculo vicioso facilitan la aparición de más convulsiones.
Los experimentos realizados con CBD demostraron que éste es capaz de controlar la entrada de iones en las neuronas, evitando (o al menos reduciendo) esos desajustes eléctricos, con igual o mayor eficacia que otros tratamientos anticonvulsivantes. Lo que hace más especial al CBD y le ofrece ventaja frente a otros fármacos es que, además, es un potente antiinflamatorio y antioxidante.
La investigación sobre la eficacia terapéutica de sustancias del Cannabis sativa o de análogos más o menos químicos de las mismas, en conjunto llamados cannabinoides (investigación en la que España es una potencia mundial), se desarrollaba callada y rigurosamente, desestigmatizando científicamente unas sustancias prontamente relacionadas con un tipo de cultura así como con su uso recreativo.
De repente, la difusión en medios de comunicación cada vez más influyentes de los resultados espectaculares con Charlotte lo alteró todo. Surgió una ola promovida en gran medida por pacientes y familiares, angustiados por la falta de respuesta a tratamientos convencionales y esperanzados ante una posible solución. Sin embargo, la Historia de la Medicina tiene escalofriantes ejemplos de terribles efectos secundarios (recientemente ha reaparecido el caso de la talidomida, por ejemplo) así como de tratamientos que han visto desinflarse su carácter milagroso tras unos primeros resultados prometedores. Ya se sabe: no hay enfermedades sino enfermos. Esto se aplica a los síntomas pero también a su respuesta a tratamientos. Y sabemos que empezar a utilizar un tratamiento con la esperanza de que nos mejore ya consigue un efecto beneficioso por sí mismo (el efecto placebo).
Tenemos el deber de ofrecer a los enfermos tratamientos que sean incuestionablemente eficaces y seguros. Esta investigación lleva tiempo, aunque insufriblemente largo para pacientes y allegados. Hay pues que incrementar los recursos humanos y materiales para poder acelerar el proceso al máximo, y conseguir así muchas Charlottes en el mundo.