¿Cómo ayudar a un toxicómano que además sufre una enfermedad mental? ¿Es útil que el piso de acogida reúna a heroinómanos y alcohólicos? ¿Debe haber una perspectiva de género al tratar las adicciones? De todo ello se discutió la semana pasada en Oviedo, en unas jornadas organizadas por la Unión de Asociaciones y Entidades de Atención al Drogodependientes (Unad) y que trajo a especialistas de todo el país.
Josep Rovira fue uno de ellos. Dirige el área de drogas de la Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD) y es uno de los promotores del programa ‘Energy Control’. La iniciativa consiste en acudir a ‘raves’ y conciertos con un laboratorio portátil que ofrecen a los consumidores de drogas para que, antes de fumarse un porro, comerse una pastilla o esnifar una ‘raya’, sepan bien qué contiene la sustancia que han comprado.
«Al principio hubo gente que se echó las manos a la cabeza, como cuando empezamos a llevar preservativos a los institutos para hablar de sexualidad, pero si queremos prevenir el consumo no podemos trabajar solo con quienes no están consumiendo», defiende.
La experiencia, asegura Rovira, funciona: «El 90% de los que ven que la droga no tiene lo que esperaba, rechaza consumirla mientras que los que no la probaban encuentran más motivos para reafirmarse; influimos sobre el mercado».
El técnico de la ABD considera que la droga que más daño está haciendo es «el alcohol; lo que ocurre con él demuestra que en cualquier espacio donde hay un menor control sobre el mercado, los riesgos sociales y sobre la salud acaban aumentando». A juicio de Rovira «la prevención sobre el alcohol no se está ejerciendo y las leyes que se diseñan nunca se aprueban por el peso de la industria del alcohol».
Economía en la marihuana
Situación inversa observa con el cannabis. Con la ilegalización del hachís y la marihuana «hemos perdido el control sobre ese mercado y se lo entregamos a las mafias, que le sacan un enorme beneficio». Rovira sostiene que «existen modelos para regularizar el cannabis que pueden ser útiles para limitar mejor un aumento del consumo». Seguir demorando ese debate tiene sus riesgos: «Podemos encontrarnos como en EEUU, donde al final la legalización viene promovida por intereses comerciales». En alcohol y marihuana «conviene una convergencia, desde la ilegalidad y el ámbito comercial, para resituarlas como en Uruguay, dentro de un espacio donde lo que prevalece es un control sobre el consumo».
Sobre el centro asturiano de Arais habló Arantza Rodríguez, para quien «el alcohol es la droga que más destrozos produce a nivel orgánico». De las 64 personas atendidas el pasado año, 29 tenían diagnosticada una patología dual (trastorno mental y adicción), y de ellas el 34% tenía antecedentes familiares.
Gemma Altell, de la Fundación Salud y Comunidad (FSyC), explicó en las jornadas que sí existe una perspectiva de género en la cuestión. «Hay cuestiones sociales que nos diferencian a la hora de llegar al consumo, mujeres que han construido su identidad considerando que se realizan teniendo una pareja y si ese novio o marido consume o rechaza la terapia, la mujer también lo hace». Altell anima a descifrar esa sociología para evitar esas «codependencias».
Info: El comercio